El conflicto...

Tan natural como la vida misma, el conflicto forma parte de todos nosotros, integrado a nuestras relaciones personales, emergiendo entre la individualidad de cada uno y la convivencia, dando cuenta clara de nuestra independencia, de la visión particular de lo que nos rodea, de nosotros frente al mundo, de nuestros gustos, de nuestras creencias, de nuestros pensamientos, de nuestra subjetividad, de nuestro sentir y nuestro ser. Las organizaciones escolares, como microcosmos de la sociedad en la que están insertas y partícipes de su influencia, son un espacio vital en el que confluyen múltiples interrelaciones que configuran el marco propicio para el surgir de los conflictos. De la postura que adoptemos todos ante el mismo sin excepción -protagonistas, interesados, mediadores, observadores, etc.- dependerá que nos rindamos ante ellos o los veamos como una excelente oportunidad para mejorar, crecer, avanzar, progresar y evolucionar.



Es mi deseo, a través de las siguientes páginas, abrir el debate sobre el tema y ampliar visiones que nos permitan ver más allá del aquí y ahora, coger al conflicto de la mano y dejarle que nos guíe por un camino de futuro productivo.




sábado, 9 de enero de 2010

EN EL RECREO


Son las diez y media de la mañana de un frío lunes de invierno y nos encontramos en un colegio de Barcelona.
En una clase de cuarto curso de Primaria, los niños escuchan atentos las explicaciones que su profesora de Ciencias da sobre los animales vertebrados. De repente suena el timbre que señala la hora del recreo y el silencio se desvanece en apenas un par de segundos, dando paso a una variedad sonora caótica formada por el continuo ir y venir de las sillas, las voces, los pasos, las risas...
Los alumnos bajan las escaleras que les llevan al patio atropelladamente, sin atender a las llamadas al orden.
En pocos minutos ya están todos abajo, descargando la tensión acumulada durante las primeras horas de clase.
Niños y niñas empiezan a distribuirse en el espacio formando grupos y corrillos. A la derecha, donde está la pista de balonmano, el más numeroso de los grupos se prepara para jugar al fútbol. Una par de niños ya corren por la pista, balón va y balón viene, mientras el resto está amontonado, en plena ebullición, discutiendo la formación de equipos. Hay dos jugadores de más y comienza el conflicto. Hay que decidir quién queda fuera del juego. Los elegidos "capitanes" empiezan a escoger a los compañeros que formarán sus equipos. Los dos son niños, así que su postura está clara: dos niñas se quedan en el lateral, sin ser escogidas, mientras todos corren a sus puestos. Protestan la decisión y reclaman su derecho a jugar pero no son escuchadas por nadie y deciden, por fin, acatar el resultado, dar media vuelta e ir a ver a qué juegan el resto de sus compañeros.
Unos cuantos juegan a pillar, siete niñas juegan a la comba, otras tres hablan sin parar apoyadas en una pared, cuatro niños intercambian cromos en una esquina y otros tantos, en otra, juegan a luchas haciendo una representación de "el Zorro".
De repente, uno de estos últimos empieza a gritar y llorar desconsoladamente al mismo tiempo que se abalanza sobre uno de sus compañeros tirándolo al suelo. La lucha deja de convertirse en una representación para ser real. Las niñas que hablaban apoyadas en la pared, testigos de lo ocurrido desde el momento de los primeros llantos, van corriendo a avisar a dos profesores, que estaban en la entrada del patio, al abrigo del frío, de lo ocurrido. Todos contaban a la vez su versión. Algunos, hasta sin haber visto nada, tomaban partido por uno u otro. Al final, los profesores deciden castigar a los dos protagonistas sin jugar el resto del patio. Un profesor va con ellos a clase, les habla, les hace sentar en silencio para que piensen en lo ocurrido y les dice que si no se piden perdón mutuamente antes de finalizar las clases el castigo se hará extensivo al resto de la semana.
Hasta aquí, un lunes cualquiera de invierno en el que a la hora del recreo se producen dos conflictos entre los alumnos.
Ahora llega el momento de la reflexión. ¿Cómo, cuándo y por qué se han producido los conflictos? ¿Hemos actuado de forma adecuada? ¿Han quedado resueltos los conflictos? ¿Podrían haberse evitado?
Si analizamos detenidamente las dos situaciones comprobaremos que debemos contestar que no a las tres últimas cuestiones que nos hemos planteado y que no tenemos nada clara la primera.
En el primero de los casos el conflicto queda sin resolver, además de pasar desapercibido prácticamente para todos. Las dos niñas optan por la resignación, con la sensación de que les ha tocado perder.
En el segundo caso se ha optado por el castigo para resolverlo. Los dos han salido perdedores. Seguramente se pedirán perdón no por convencimiento propio sino por no tener que seguir castigados el resto de la semana.
Los dos casos son una constante en el recreo. Ambas situaciones podemos evitarlas alguna vez aunque, en ocasiones, este tipo de conflictos es inevitable.
Pero debemos tomar conciencia de ellos, podemos ayudarles a dirigir sus juegos, a que aprendan a compartir, a no discriminar por ningún motivo, hacerles entender que todos tienen los mismos derechos, enseñarles a respetar a sus compañeros, a que reflexionen sobre sus actuaciones, a que piensen que en ese momento lo más importante es pasarlo bien jugando...
Sólo de este modo conseguiríamos reducir los conflictos y cuando éstos se produjeran nos harían avanzar en nuestro aprendizaje, convirtiéndolos en una experiencia que ha llegado a ser positiva y a partir de la cual todos podríamos salir ganando.
Mireia L S.

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