Estamos inmersos en una sociedad en constante evolución donde los cambios se producen a un ritmo vertiginoso y en la que lo que es válido hoy no lo es mañana.
La sensación popular es de un "sálvese quien pueda" y el individualismo se constituye en la mano gobernante de nuestras actuaciones en todos los ámbitos.
En la organización escolar, que es el marco que nos ocupa, no podría ser de otro modo.
Las organizaciones escolares, como la mayoría de las organizaciones, no evolucionan a la par de los continuos cambios sociales que suceden en nuestro entorno.
La causa principal podemos encontrarla en la falta de comunicación entre todos los actores implicados. Y no sólo se carece de la comunicación necesaria, sino de la capacidad de que ésta sea productiva cuando se produzca.
Las administraciones fijan sus normas en función de sus propios intereses (haciendo ver que son los propios de la población a quien representan) sin tener en cuenta a aquellos que deben llevarlo a cabo.
A su vez, la propia organización escolar se distribuye generalmente de manera jerárquica, disponiendo funciones específicas a sus integrantes en pro de unos objetivos propuestos. Objetivos marcados, principalmente, por el acatamiento a las normas y la consecución unos aprendizajes "constatables" por parte de los alumnos de los contenidos explícitos en en currículo.
Los profesores actúan de forma totalmente independiente, con su propio estilo de enseñanza, de acuerdo a su modo de ver, con sus métodos, recursos, técnicas, estrategias...
Los alumnos asumen su papel de dejarse guiar y dirigir en el mejor de los casos y de ser mandados en el peor de ellos, pero teniendo claro que su voz rara vez será escuchada.
Si bien todos los integrantes de la comunidad educativa persiguen unos objetivos comunes, por falta de especificidad, diálogo, debate y consenso sobre los mismos y sobre cómo llevarlos a cabo, quedan vagos e imprecisos, abiertos a la libre interpretación de cada cual y dando lugar a numerosas confusiones y conflictos irresolubles.
Las prisas por llegar a unos objetivos nos cierran el camino y no nos llevan a ninguna parte. La falta de cohesión en la forma de actuar contribuye, en gran medida, a ir dejendo escapar aspectos importantes por el camino.
Debemos parar este ritmo acelerado que no produce más que sensación de angustia, inseguridad y decisiones tomadas por impulso o por inercia.
Sólo si reconocemos que hay que dedicar un tiempo lo suficientemente amplio como para poder en él llegar a comunicar realmente nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra forma de ver, nuestras emociones, nuestras opiniones, nuestros propios objetivos personales y profesionales y en el que tengan cabida los de todos los miembros que conforman la organización educativa, podremos empezar a replantearnos la forma de explicitar unos objetivos reales, comunes, comprensibles para todos, consensuados y que contribuyan a mejorar la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Tal vez nos ocupe más tiempo de lo previsto, pero evitaríamos conflictos innecesarios, aprenderíamos a resolver posibles situaciones conflictivas y los pasos dados, aunque lentos, serían firmes y sin ninguna duda todos seríamos partícipes de sus beneficios.
Mireia L. S.
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