El día a día en las aulas se sucede normalmente de manera rutinaria. División del horario por materias, exposición de los profesores, consultas y dudas sobre los temas en cuestión, desarrollo y corrección de ejercicios, exámenes...
Todo esto y el espacio es compartido por alumnos y profesor (ya que lo habitual es que sea uno por clase) durante toda la jornada escolar.
Entre ellos se produce una relación asimétrica en la que queda claro quién es el que enseña y quién es el que aprende. De todas formas, me gustaría especificar que si bien es el alumno el protagonista de su proceso de aprendizaje, ambas partes pueden aprender mutuamente.
Esta relación de la que hablamos entre alumno y profesor puede ser de muy diferentes maneras, abarcando una amplia gama de matices.
Del estilo de enseñanza del profesor, su concepción del proceso de aprendizaje, su visión y forma de conocer a los alumnos y la valoración que le da a los mismos y a sus opiniones dependerá en gran medida el clima que reinará en sus clases.
De este modo podemos encontrarnos con profesores que escuchan atentamente las peticiones de sus alumnos, que les permiten hacer comentarios en sus clases, que aceptan sus gustos y preferencias, que intentan comprender sus puntos de vista sean o no compartidos por él, y con ésto imprimen un clima cálido propicio para que el aprendizaje se produzca de manera eficaz. Si surge algún conflicto su resolución pasa por el diálogo, la comprensión, el entendimiento y el respeto mutuo.
Otros profesores, en cambio, consideran que los estudiantes están en un nivel inferior al suyo, que sus opiniones no merecen apenas ser escuchadas, que actúan con indiferencia ante cualquier comentario e incluso, les molesta y consideran que interrumpe el ritmo de la clase.
Evidentemente, las relaciones entre los profesores de este grupo y sus alumnos estarán cargadas de tensión, sus clases serán menos distendidas, los estudiantes detectarán su falta de respeto y posiblemente crearán un clima mucho más propenso a los conflictos. Conflictos, además, que difícilmente podrán ser resueltos satisfactoriamente si antes no se ha garantizado un respeto por ambas partes.
Pero no sólo los profesores condicionan el clima de las clases. En ocasiones, algunos alumnos, a veces incluso hasta de forma intencionada, parecen empeñarse en ser el centro de atención en todo momento, no pueden estarse quietos, no pueden parar de hablar, interrumpen sin cesar cualquier actividad que se esté desarrollando en clase, reclaman peticiones absurdas o que no vienen a cuento y con su actitud no cesan de provocar tanto al profesor como al resto de sus compañeros. Algunos hasta consiguen ganarse adeptos que les sigan y apoyen en sus actuaciones.
Estamos ante un caso en el que el ni el profesor ni el resto de los compañeros son respetados.
El comportamiento de estos alumnos crea, por lo tanto, un conflicto en clase.
Según el profesor, su estado de ánimo en ese momento, la reincidencia o no de esta actitud del alumno, la posición de la escuela al respecto, etc. se actuará de un modo u otro para resolver el conflicto.
Así, habrá profesores que solucionen el problema expulsando al alumno de clase habitualmente, los que hablen con él e intenten modificar su conducta, los que deriben el problema al departamento de orientación...
Creo fervientemente que la solución pasa por el respeto mutuo. Que los alumnos respeten y comprendan la labor que está haciendo el profesor es esencial, pero también lo es que los profesores respeten a los alumnos, intenten comprenderlos y conocer qué puede haber detrás de una actitud conflictiva y qué es lo que la provoca para poder resolverla.
Tal vez si las normas de conducta basadas en el entendimiento y respeto mutuo fueran establecidas no sólo por los profesores o el centro sino también por los alumnos, se sentirían más valorados y con la responsabilidad de responder activamente a unas normas previamente asumidas y no aceptadas por obligación.
Mireia L. S.
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